Adultos mayores carecen de asistencia social efectiva en Alaska Por CARLOS MATías
“A la Administración del gobernador Mike Dunleavy le falta humanidad con los ancianos. No destina suficientes recursos para el cuidado de nuestros mayores. Hay ancianos que necesitan estar asistidos muchas horas y sólo les conceden una, y eso cuando se las conceden. He visto a muchos ancianos morirse, esperando recibir algún tipo de ayuda y asistencia social”, señala Ángela Jiménez, propietaria de la empresa McKinley Services de asistencia a adultos mayores en Anchorage.
La asistencia social a las personas mayores en Alaska es “muy deficiente” y no aporta los recursos materiales y económicos suficientes para cubrir todas sus necesidades. Ángela Jiménez, propietaria de la agencia de asistencia a adultos mayores McKinley Services se queja de que el trabajo de los asistentes sociales no es bien valorado. “Cobran sueldos de miseria, muchas veces más bajo que el de cualquier asistenta de la limpieza doméstica”.
“He visto muchos casos extremos, demasiados como para pensar que se trata de una excepción, dentro de una supuesta normalidad en la atención a los ancianos de nuestro estado”, comenta Ángela Jiménez. “He visto a una mujer muy mayor que vivía en una casa de dos plantas. En la de abajo estaban el salón y la cocina. En la planta de arriba se encontraban su dormitorio y el único cuarto de baño de la vivienda”.
“Esta anciana no podía subir la escalera que comunicaba ambos pisos de la casa”, sigue contando Ángela Jiménez a Sol de Medianoche. “Tenía que hacerlo arrastrándose por el suelo, ayudada con la única fuerza de sus propios brazos, fuerza que cada vez era menor, pues flaqueaba. He visto cómo esta anciana le decía delante de mí a una inspectora de los servicios sociales de la Administración del estado que tenía este problema y que necesitaba ayuda”.
“Imagínense a una mujer mayor y sin movilidad, que sólo podía ir al baño para hacer sus necesidades nada más levantarse de la cama, antes de bajar a la parte de abajo de la casa, y que una vez en esta parte baja ya no podía subir otra vez para hacer esas necesidades, salvo cuando encontraba fuerzas suficientes para arrastrase y subir peldaño a peldaño, a pulso y muy lentamente, con un gran esfuerzo”. “Pues bien –concluye Ángela–, la anciana le explicó su grave problema a la inspectora de servicios sociales delante de mí, y delante de mí esta inspectora respondió a la pobre mujer, con total indiferencia, que ese no era problema suyo. Así, como lo cuento ocurrió”. Ángela Jiménez añade que a la mañana siguiente llamó por teléfono al superior de esta inspectora, para contar todo lo sucedido, y que este responsable superior le dijo que no se lo podía creer, a pesar de que Ángela había sido testigo de aquello.
“He visto a ancianos morirse esperando a recibir una ayuda”, continúa Ángela Jiménez. “Es una forma de maltrato. Por lo menos, es maltrato psicológico, porque muchos ancianos incluso llegan a desear morirse. La máxima preocupación de nuestros mayores es no dar trabajo a sus hijos. Porque antiguamente la vida estaba planteada de forma que el padre salía a trabajar y la esposa se quedaba a cargo del hogar, de los niños si los había pequeños, y de los abuelos. Porque el padre de familia ganaba lo suficiente para mantener a todos. Pero ahora no es así”. “Ahora no es así –continúa diciendo–, porque la vida es más compleja y mucho más cara. Ahora la mujer también tiene que salir a trabajar para ayudar a la economía doméstica, porque si no lo hace no llega a fin de mes. Pero sigue habiendo hogares con niños pequeños, o con ancianos. ¿Y entonces, qué pasa? Pues que, si los servicios sociales no son los suficientes, como ocurre en Alaska, uno de los dos del matrimonio tiene que quedarse en la casa para cuidar a estas personas, y no puede trabajar. Y ese papel de quedarse en casa casi siempre, en la inmensa mayoría de los casos, le toca a la mujer.
Y luego dicen que en Estados Unidos hay igualdad de oportunidades”.