Durante su infancia, cuando sufría para conseguir una pelota o practicar algún deporte, Carlos Gómez no podía imaginar que su hijo Scott llegaría a ser un deportista olímpico. Tampoco habría soñado que él estaría al frente de una organización que acerca a más de 100 niños al deporte. “Amo a mis niños; me siento orgulloso de ellos”, dice cuando evoca a los jóvenes atletas que han podido jugar hockey gracias a la Scotty Gómez Foundation.
Carlos Gómez viene de una familia de inmigrantes. Sus padres llegaron a los Estados Unidos con el programa bracero y dos de sus hijos nacieron en Modesto, California. Carlos fue uno de ellos. Al poco tiempo de que él nació, sus padres fueron deportados, así que creció en México, entre la ciudad fronteriza de Tijuana y Puerto Vallarta. La mala fortuna tocó de nuevo a su puerta y su padre murió cuando él tenía diez años. Su madre no podía ocuparse sola de sus diez hijos, así que Carlos terminó por mudarse con una tía en San Diego. Ella lo matriculó en la primaria, y Carlos comenzó a forjarse su vida de este lado de la frontera. Un par de años después, tras el terremoto de 1964, el hermano mayor de Carlos se mudó de Los Ángeles a Alaska para trabajar en la industria de la construcción. “Como entre los latinos siempre se sigue al hermano mayor, yo vine en 1968, y luego en 1969, durante las vacaciones de verano. En 1972, cuando salí de la escuela, me vine para acá definitivamente”, recuerda. A los 23 años se casó con una colombiana que tenía entonces 18 años. Tuvieron tres hijos. Scotty, el segundo, comenzó a jugar hockey a los cuatro años. “Como Scott fue mi único varón y yo crecí sin padre, traté de despertarle el amor a los deportes, que a mí me encantan”. Practicar deportes de invierno es caro. Carlos recuerda: “Cuando empezaba la temporada de Scott todos teníamos que apretarnos el cinturón por el costo del hockey. Pero como padre, si un hijo o hija es de los mejores, uno le busca”. Sin embargo, nunca les faltó el apoyo de la comunidad: el Boys and Girls Club le donó su primer equipo y a lo largo de su infancia más de una persona les mostró su solidaridad. La disciplina era importante para Carlos: “Le decía a Scott: ‘este mundo está lleno de gente ignorante, y tú no vas a ser uno de ellos; está lleno de gente borracha, y tú no vas a ser uno de ellos’”. Scott entendió el mensaje: desarrolló su talento, y jugó 16 años en las grandes ligas. Nunca jugó en las ligas menores. Ganó dos veces la Stanley Cup, y ahora se ha iniciado como entrenador de los New York Islanders. Cuando Scott ya era una figura profesional del hockey y Carlos se retiraba de la industria de la construcción, decidieron buscar la manera de dar de vuelta a la comunidad algo de lo que generosamente recibieron de ella cuando Scott hacía sus pininos en el hielo. Primero apoyaron al Boys and Girls Club con una beca de 50,000 dólares para que los niños jugaran hockey. Tiempo después, en 2012, abrieron la Scotty Gómez Foundation y fundaron su equipo, los Borregos. “En ese momento iba yo a la misa en español para anunciar la Fundación, y veía a muchos chiquillos que se parecían a Scott”, recuerda Carlos y asegura que al mirarlos sintió la confianza de saber que estaba haciendo lo correcto. La Scotty Gómez Foundation atiende a 175 niños que pagan sólo la mitad de lo que cobran otros equipos. El resto de los gastos de los jugadores se solventa a través de fundraisers, que Carlos organiza y en los que todos los chicos participan. La mayoría de los jugadores de los Borregos son de origen hispano, nativos, samoanos o de alguna otra minoría, aunque Carlos señala que él prefiere que no se piensen a sí mismos como minorías, para que no se sientan en desventaja. “No quiero que los traten como si fueran inferiores”, dice Carlos consciente de que hay personas que ejercen estas prácticas. “Mis chiquillos son buenos; sólo necesitaban una oportunidad”, agrega orgulloso. |