El 3 de noviembre se disputa mucho más que la presidencia de Estados Unidos. Están en juego el Cambio Climático, la justicia social en Alaska y las relaciones con Canadá. Todo esto puede estallar si Trump gana, pues quiere emprender cuanto antes unas prospecciones petrolíferas y gasísticas que amenazan con arruinar el Refugio Nacional de Vida Silvestre del Ártico (ANWR). Éste es uno de los ecosistemas vírgenes de EE. UU. más grandes del planeta, lindante con el vecino país canadiense.
En el mandato que ahora termina, Donald Trump ha acabado con un siglo de protección medioambiental, respaldada por cinco presidentes anteriores a él, tres republicanos (Harding, Ford y Bush) y dos demócratas (Clinton y Obama). Cien años de protección a diez reservas naturales alaskeñas de osos, lobos, renos, caribúes, puercoespines, aves migratorias, miles de peces y diversas especies marinas, flora terrestre y flora subacuática que son únicas.
Entre estas diez reservas de la biodiversidad en Alaska se encuentra la más grande de EE. UU. y una de las más extensas e importantes del mundo: el Refugio Nacional de Vida Silvestre del Ártico (ANWR). Este se encuentra al Noreste del estado y es “hermano gemelo” del Parque Nacional Ivvavik, del Parque Nacional Vuntut y del Territorio Yukón, en Canadá. Un extenso terreno canadiense de vida silvestre, que incluye el Parque y Reserva Nacional Kluane y que está protegido por el Gobierno de Ottawa.
El desastre medioambiental Si Trump es reelegido presidente, esta gigantesca reserva estadounidense de la biodiversidad quedará sentenciada a una degradación sin remedio por las prospecciones de petróleo y gas. Trump quiere ponerlas en marcha sin esperar siquiera a finales de 2021, como marca la ley que él mismo había impulsado. El desastre medioambiental sería irreversible para la supervivencia de veinte mil millones de aves de diez mil especies distintas, cinco mil de ellas, migratorias; para novecientos cincuenta mil caribúes, agrupados en treinta y dos rebaños; para treinta mil ejemplares de osos ‘grizzly’, la subespecie del oso pardo que más habita en Alaska, y para una inmensa variedad de los animales salvajes más espectaculares del Ártico, entre ellos treinta y siete clases de mamíferos terrestres, cuarenta y dos especies de peces y ocho tipos de mamíferos marinos, además de enormes extensiones de bosques de gran riqueza forestal.
Un soplo de aire puro Si gana Biden, habrá lugar para la esperanza, porque será como “un soplo de aire puro” en la Casa Blanca, que Alaska necesita para protegerse. El candidato demócrata ha prometido que si sale elegido empleará dos billones de dólares para luchar contra el Cambio Climático; recuperará todas las políticas de protección en esta región del Ártico y hará que Estados Unidos regrese al Acuerdo de París, que es el primer pacto universal y jurídicamente vinculante sobre el Cambio Climático, adoptado en la Conferencia sobre el Clima de París, en diciembre de 2015. “El camino no será nada fácil, pero aún hay posibilidad y tendrá un respaldo importante, no sólo de los ciudadanos de a pie, sino también de las grandes empresas, para evitar una catástrofe ambiental”, decía The New York Times este verano, en un duro editorial contra gestión ambiental de Trump, al referirse a una eventual victoria electoral de Joe Biden.
Conciencia inversora verde Estas grandes empresas que menciona el periódico neoyorquino son poderosas compañías enfocadas a criterios ESG de inversión, la “conciencia inversora verde” que mueve más de 7,4 billones de dólares en activos actualmente. Se trata de una inversión socialmente responsable (ISR), con criterios medioambientales, sociales y de gobernanza empresarial (ESG), para generar rendimientos financieros competitivos a largo plazo e impacto social positivo. Las cinco grandes petroleras mundiales, ExxonMobil, Royal Dutch Shell, Chevron, BP y Total, conocidas como las “Big Five”, no son ajenas a esta “tendencia verde”. De ahí su “lavado de cara” con campañas a favor de las energías renovables. Pero se han gastado unos mil millones de dólares en los últimos cinco años (los transcurridos desde el Acuerdo de París de 2015) para entorpecer con sus ‘lobbies’ de influencias las políticas medioambientales que obstaculizan sus intereses, y ahora se debaten sobre lo que más las conviene hacer.
Temor a una rebelión social Las “Big Five” temen que estas prospecciones petrolíferas y gasísticas sean el detonante de revueltas sociales que escapen a su control y perjudiquen su imagen corporativa. Revueltas protagonizadas por grupos naturalistas y ecologistas y por los indígenas gwich’in, que son la minoría étnica que habita en esta zona desde hace miles de años. Para estos, las prospecciones violarían su “territorio sagrado” y serían un ataque a sus derechos, su cultura y su forma de vida, según ha explicado Bernadette Demientieff, líder del Comité Ejecutivo Gwich’in. Las protestas de los nativos y grupos naturalistas surgirían en Alaska. Pero podrían propagarse por Idaho, Montana o Dakota del Norte y extenderse por todo el país con la movilización de otras minorías inuit (Iñupiat, Yupik, Aleutas, Eyak, Tlingit, Haida, Tsimshian...), de otras étnicas y de otros grupos ecologistas. Todo ello, además de las tensiones con el gobierno canadiense del liberal Justin Trudeau, quien ya ha hecho serias advertencias a la Casa Blanca.