El Día de Muertos es una tradición hecha de memorias que viven en el corazón y que circulan en la sangre mexicana desde la época prehispánica, y se transmite de generación en generación y de suelo en suelo. El Día de Muertos llega a Alaska con cada mexicano que construye aquí su hogar y que forma una familia. La tradición se instaló poco a poco; al principio eran olas pequeñas que acariciaban la arena, pero décadas después y con más mexicanos nacidos en Alaska, esas olas se convirtieron en una gran fuerza cultural. Así, cada año, los mexicanos que celebramos el Día de Muertos brindamos una filosofía que enriquece la vida de Alaska, pues urge a la comunidad a amar y honrar a los antepasados. Y es que durante la celebración los seres queridos que partieron vuelven para visitarnos en los altares y, así, siguen construyendo memorias con nosotros. Algún día, durante esta celebración, nosotros mismos seremos recordados por nuestros hijos y por los que vendrán después. Algún día nuestro recuerdo alimentará nuestra cultura. Es así como se establece el ciclo: ayer, hoy y mañana se juntan en la memoria del Día de Muertos.
El Día de Muertos se empezó a celebrar de forma pública en la comunidad latina de Anchorage en el 2004. En aquella ocasión, un solo altar en un espacio de 130 pies cuadrados fue suficiente para sembrar las semillas de la celebración. Hoy aquellos granos han orecido gracias a la participación de todos los que comparten sus caminos durante el festejo del 2 de noviembre. Es importante que nuestras memorias individuales integren este año y a través del tiempo una memoria colectiva. Es importante también que la comunidad latina se una para el festejo y que abra las puertas a todos los que quieran formar parte de la celebración, que cada día se vuelve más interesante porque nuestras generaciones van creciendo y nuestra identidad se va matizando con elementos de nuestra vida en Alaska. En cuanto a los mexicanos que participamos en ella, tenemos que unirnos y obrar sinceramente para crecer sanamente, reparar vínculos dañados, y comenzar a hablar con un lenguaje de aceptación, amor y fraternidad. Así que todos están invitados a participar en el festejo y honrar a nuestros antepasados construyendo memorias que no nos dejen morir en el olvido; la muerte nal puede esperar. |
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