La simple idea de pensar en un año nuevo produce una sensación de esperanza, de cambio, de renovación. Todos soñamos con mejorar nuestras vidas y el comienzo de un año nos parece el momento perfecto para echar a andar los proyectos que tenemos en mente desde hace algún tiempo; queremos demostrarnos que podemos y que poseemos el impulso necesario para realizarlos.
En eso consisten los buenos propósitos que nos planteamos, en sentir que podemos:bajar de peso, comer sano, dejar de fumar, hacer deporte, leer más, aprender algún idioma, viajar, ahorrar más. Los que más se repiten están relacionados con la salud, el dinero y las relaciones personales. Nos sentimos imparables, estamos llenos de energía y queremos transformar cada una de las áreas de nuestra vida, ya, todo a partir del primer día.
El tratar de afrontar muchos cambios a la vez, y luego encontrarnos en el punto de partida en febrero, genera una gran frustración y la sensación de ser incapaces de mejorar. Habrá que analizar cuántas veces hemos hecho esos mismos propósitos al empezar un año, puesto que hay patrones que se repiten y uno puede recaer justo ahí, sabemos que nos proponemos algo y que no cumpliremos tal vez no conscientemente, pero ya estamos predispuestos.
Entonces, esos objetivos que nos planteamos con tanta alegría, acaban convirtiéndose en un peso que no nos deja avanzar, nos deja una sensación de estancamiento y lo que en su principio fue una motivación se convierte en un enorme sentimiento de culpa. Precisamente, la frustración que lleva al sentimiento de culpa, deriva en consecuencias más complejas. Quién pensaría que algo tan simple como un propósito de año nuevo no cumplido podría provocar un problema de salud emocional y de conducta.
De acuerdo con un informe elaborado en NASCIA (centro especializado en el tratamiento del estrés y la ansiedad), los propósitos de año nuevo generan estrés y ansiedad en 4 de cada 10 personas. Los propósitos normalmente se centran en la motivación, y al caer en el desánimo, la ansiedad entra en escena. Esta, genera una sensación de inquietud y tensión que interfieren en cada actividad de la vida diaria, además de dificultar la toma de decisiones.
Hasta aquí se vislumbran la frustración, el sentimiento de culpa y la ansiedad, esta escena predice un panorama poco saludable, pero la frustración es un estado transitorio y por lo tanto, reversible. Al tomar acción respecto a algún plan, la frustración disminuye, entonces dar un paso a la vez sería de gran beneficio. El sentimiento de culpa convive con la depresión y trastornos obsesivos. Es de vital importancia no caer en la obsesión por lograr algo porque entonces el conflicto sería otro y mucho más grave. Quién pensaría que algo tan simple como un propósito de año nuevo no cumplido podría provocar un problema de salud emocional y de conducta.
Lo mejor es trazar cambios progresivos y asumibles. La fuerza de voluntad es como un músculo que se puede trabajar poco a poco. Pero ésta surge de la corteza prefrontal del cerebro, que se sobrecarga y se agota fácilmente. Lo que funciona mejor es vincular emociones positivas a los nuevos hábitos y acondicionarse a nuevos comportamientos, lo que requiere de entrenamiento.
Una forma de lograr lo anterior sería, aunque nos encontremos en la era digital, escribir a mano nuestro propósito a partir de una afirmación positiva, por ejemplo: soy capaz de ejercitarme tres veces a la semana o yo puedo leer cuatro horas por semana. Después de plantear tus metas, establece un horario semanal incluyendo las actividades que requieres para alcanzar tu meta final. Cambia la forma de plantear tus propósitos. El inicio de un año no define el inicio de un cambio en nuestras vidas. Cada día es en sí, un inicio.