Sé que alguna vez tuve una razón, un motivo que hoy se me escapa, para llegar a algún lado. Hoy no tengo el motivo; sólo el impulso, la zozobra y el miedo. ¿Qué cuerpo es éste que mi alma viste?, ¿este cuerpo ajeno que se mueve conmigo, pero del cual no reconozco ni la textura, ni la voz? ¡Ah! ¡Cómo me limita y me cansa este cuerpo! Tiene necesidades que nada tienen que ver con lo que yo quiero. ¿Por qué es tan lento, Dios mío?, ¿por qué es tan débil? Siento que estoy perdiendo cosas, pero no recuerdo qué o por qué. Siento que soy distinto, pero no logro entender en qué forma soy diferente ¡Si tan sólo recordara cómo fui ayer!
De un tiempo para acá no tengo privacidad. Esa ventana que da para la otra habitación me lo impide. Allí siempre está ese hombre de rostro familiar con quien hablo todos los días. No sé por qué se viste como yo y no sé porque su cuarto luce como el mío. Se lo he preguntado, pero él no habla mucho. O bueno, quizá habla, pero lo hace cuando yo quiero hablar, y calla si yo me callo. Le he dicho que venga a mi cuarto para conversar, pero nunca llega y muchas veces me he cansado de esperarlo. Cuando se lo reprocho, sólo repite mis palabras, y al final asiente como yo lo hago. Sé que lo he visto, pero hoy no recuerdo en dónde. Él no me lo dice y yo ya no se lo pregunto.
Mis horas pasan deprisa. No entiendo por qué mi mañana se transforma en noche sin que yo vea el día ¿O acaso lo viví y no lo recuerdo?, ¿o será que siempre es noche en este cuarto? Mis nietos ya no me visitan. De hecho, sólo vienen hombres y mujeres que me llaman “abuelo”. ¿Y los niños?, les pregunto. Y estos extraños sólo me miran con tristeza. Algo malo debió haber sucedido a mis nietos que ya no vienen a verme. Estoy seguro de ello, pero a nadie parece preocuparle.
¿Saben? Mi esposa es toda mi vida, pero ella ya tampoco me visita. Sólo está a mi lado esta mujer triste que dice amarme. ¿Qué pensaría mi esposa si lo supiera? Yo la evito, pero esa mujer siempre trata de estar a mi lado. Ella dice que ya no hable con el espejo, ¡como si hubiera un espejo aquí! Está sólo la ventana que da al otro cuarto, donde vive ese hombre de rostro familiar. Tengo mis hijos, quienes son mi orgullo, todos profesionales y casados, pero ninguno viene a verme.
A lo mejor se disgustaron conmigo porque terminé echando de este cuarto a toda esa gente que viene con la mujer triste y a quienes no conozco. No recuerdo cuándo fue la última vez que vi a mis hijos ¡Los extraño tanto, tanto como extraño a mi esposa! No entiendo por qué no vienen a verme como antes, cuando me traían a mis nietos y jugaba con ellos.
¡Dios! ¡Qué tarde es! Tengo que salir ahora. Es esa zozobra de nuevo. Nadie me asiste para ponerme presentable. Este cuerpo no ayuda y los extraños tampoco lo hacen. Dicen que me quede tranquilo por mi bien. ¡Pero tengo tantas cosas por hacer! ¡Si tan sólo recordara de qué se trata! Sólo recuerdo que hace un rato tuve el mismo miedo, ese miedo que siento en este instante de que entre tanta gente que viene a verme, me visite de nuevo ese tal Señor Alzheimer, que según estos desconocidos apaga mi vida lentamente.