Hoy, cuando prendemos el televisor o miramos nuestro teléfono móvil, nos llueve una ola de mensajes negativos sobre los inmigrantes de éste, nuestro país. Escribo “nuestro país”, porque así algunos traten de decir algo distinto, los Estados Unidos se ha formado por personas que huían de la opresión, la pobreza o la violencia para encontrar un lugar donde construir un hogar y criar una familia.
Los cuáqueros escapaban de la opresión religiosa en Inglaterra. Los irlandeses huían de la miseria absoluta y del hambre que había quitado la vida a miles en esa tierra. Los italianos buscaban mejor fortuna y trajeron una riquísima cultura. Los judíos de muchos países huían de la pesadilla nazi de las décadas de 1930 y 1940. Los mexicanos viven en esta tierra desde antes de que los Estados Unidos existieran como país. Así que cuando alguien dice que lo escrito en la Estatua de Libertad no representa el alma inmigrante de nuestro país, está más que equivocado. No sólo se equivoca, sino que intenta normalizar el odio de grupos de extrema derecha que niegan la historia de América. Estas mentiras no sólo niegan nuestra naturaleza inmigrante; además, siguen tratando de ocultar la realidad histórica de la Guerra Civil americana. La Guerra Civil americana no sólo fue un movimiento político en el que el Sur buscaba la independencia del Norte. No, el Sur estaba habitado por personas que querían perpetuar el trato de seres humanos como si fueran bienes que les permitían mantener su motor económico y social. Es decir, pretendían seguir tratando a hombres, mujeres y niños como esclavos. Aceptemos, pues, que el Sur se lanzó en una lucha fratricida para continuar la esclavitud y que los símbolos que lo representan son emblemas de esa agresión. Hoy día, el Sur, la rebelión y sus monumentos dan testimonio de un intento —exitoso hasta ahora— de perpetuar el statu quo que supuestamente fue derrocado por la Guerra Civil. Y las estatuas y las banderas son mecanismos subrepticios para continuar esa opresión. Durante la segunda guerra mundial y el fin del Apartheid el alma americana mostró lo mejor de sí. La Alemania nazi fue literalmente destruida por los bombardeos americanos. Los generales y las elites del régimen nazi fueron enjuiciados, llevados a prisión y ejecutados por los Estados Unidos y sus aliados. En fin, no hay nada más opuesto a los Estados Unidos que la ideología de la superioridad racial elevada por Hitler y sus secuaces. Y del Apartheid ni hablar. ¿Quién presionó con más vehemencia y fuerza que los Estados Unidos al régimen injusto de Sudáfrica durante las décadas de 1980 y 1990? Ronald Reagan, modelo del Partido Republicano, sentiría vergüenza de ver la normalización de los símbolos de odio que hoy acepta la administración de Donald Trump. Reagan se enfurecería de escuchar a un asesor mayor de la Casa Blanca decir que la Estatua de la Libertad no representa el espíritu inmigrante. Por eso hoy, cuando grupos marginales utilizan la suástica o la bandera de Rodesia —símbolo del Apartheid— para representarse a sí mismos y sus ideas, no podemos pensar por un solo segundo que su comportamiento forma parte del espíritu de los Estados Unidos. Cuando nos “hablen” de historia debemos recordar que quienes construyeron esta nación le dijeron no a la esclavitud y rechazaron a punta de fuego y sangre la idea de que una raza es superior a otra. Entendamos que quienes estuvieron hombro a hombro en esas luchas eran inmigrantes que adoptaron esta nación como suya. Recordemos, cuando Trump ensucie la majestad de la rama ejecutiva de esta gran nación, que los descendientes de esos inmigrantes dieron sus vidas para que tengamos la oportunidad de vivir en éste, nuestro país, y que es nuestra responsabilidad seguir su ejemplo. |