La ciudad
Camino por las calles que me inundan de historias.
Los metros de asfalto que se funden bajo mis pies a un ritmo no demasiado apurado, conservan un poco de mi extrañeza que dejo a cada paso. Entre los chicles y las pepas de mango y ovo avanzo, nunca pisando las pequeñas fisuras de la vereda. Me muevo con la ciudad que me acaricia con las escamas de pared, en cada cuadra miro como pasan los piojos y pulgas metálicas sobre las avenidas moviéndose bajo las mismas reglas del juego. Pasando dos esquinas ondean las banderas que cambian cada ciclo para no ensuciar el viento. Siento como la ciudad se maquilla y comienzo a ser parte de la base, el rímel y el labial color rojo Floresta que esconden los pliegues, cicatrices, arrugas y cutis. Y ahí está, la esencia: las personas, ese no sé qué de la ciudad, que hace caminar a las calles, tatúa las paredes y le otorga vida a la gran masa de cemento. Están entre las paredes susurrando profecías y cantando baladas olvidadas, entre los callejones elevando la conciencia más allá del hambre y el frío, entre la luz verde, amarilla y roja canjeando el alma. Están también vestidas de terno moldeando la atmósfera, están ahí detrás de los puestos de cevichochos y pinchos, en los parques pateando pelotas, escondidas entre los arbustos. |