Los chapulines en la clase de primero
No tengo una fecha, fue en el tiempo en que los animales hablaban con la gente. Pero cuentan los abuelos de Xoxocotlán que, cuando los humanos insistieron en actuar con superioridad sobre los animales ya no pudieron entenderse los unos a los otros. Entonces, la madre de todo, con sus ropas de muerte sopló en una pelota y le dio vida, que con cada salto se multiplicó. Las bolas fueron llamadas chapulines y se comieron toda planta con vida. Entonces hubo hambre, mucha hambre. Al ver el sufrimiento de la humanidad, la diosa de la vida y de la muerte se apiado de los humanos y los chapulines se dejaron atrapar. Por eso bajo el volcán nunca falta un taco de chapulines con limón y sal, en el peor y en el mejor de los casos.
De niña salía con mis primas a atrapar chapulines. Perfeccionamos la técnica, agarrarlos de sorpresa por la mañanita cuando todavía andan entumidos del frío de la madrugada. Los atrapábamos con nuestras manos, y sin apretar demasiado para no desparramar sus entrañas, sus tesoros. Los colocábamos en una bolsa de plástico con pequeños hoyitos para que respiren y pasen el ayuno de la noche. Al día siguiente ya limpios se tuestan en comal para que queden crujientes. Los chapulines, igual que yo, también han brincado hasta este lado del charco. Llegamos a las tierras del salmón, aquí no hay campos de milpa donde agasajarse persiguiendo chapulines. Pero aun así hacen presencia en nuestra mesa. Ellos llegan por avión, en cajas con regalos de México, vienen acompañados de chiles secos, de mazapanes, dulces de tamarindo y a veces, con cartas llenas de besos y añoranzas. Cuando mi hijo Santos llega a su escuela primaria juega y corre con sus compañeros. Pero en el almuerzo, se sienta y al abrir su mochila, colores y olores explayan y se escucha la canción de “México lindo y querido”. Y entonces ante la mirada atónica de la clase del primer grado, mi hijo les arranca las patas a los chapulines y se los come crujientes como si fueran chips. Unos lo miran con admiración y otros hacen caras de asco. En cualquier caso, Santos los come con confianza pues sabe que los chapulines llevan dentro el aliento de la Madre de la vida y de la muerte. Yo en cambio me los como en una tortillita de maíz azul y pienso en la lejanía del volcán Popocatépetl. |