La Iglesia católica se suma a las vacunaciones. Es la última, tras pentecostales, evangelistas, asiáticos… Decían que aceptar vacunas fabricadas con “fetos abortados” era “inmoral y cruel”, cuando ninguna procede de ellos. Su oposición era un obstáculo para los católicos, la mayoría hispanos. Pero el Papa Francisco y el Emérito Benedicto XVI se pusieron las dos dosis de la estadounidense Pfizer, de supuesto origen embrionario. El Vaticano reservó diez mil vacunas de este laboratorio para sus residentes y empleados.
El debate sobre el uso de estas vacunas surge por las protestas de líderes religiosos y grupos antiabortistas de EE.UU. y Canadá. Hasta que el Papa no animó a vacunarse, muchos jerarcas católicos, incluso cardenales (paso previo al Pontificado), eran contrarios a ellas. “Proceden de células de fetos abortados”, decían, lo cual “es una inmoralidad inhumana y cruel”. Pero todo es rotundamente falso.
Pueden estar tranquilos los católicos: ninguna vacuna ha sido elaborada con “fetos abortados”. De hecho, el Papa Francisco y el Emérito Benedicto XVI se pusieron las dos dosis de la estadounidense Pfizer, de supuesto origen embrionario, entre enero y febrero pasados. Además, el Vaticano reservó diez mil vacunas de este laboratorio para todos sus residentes (5,000) y empleados (5,000).
Diversas comisiones bioéticas y deontológicas, eclesiásticas y científicas, consideran que las vacunas contra el COVID-19 “en cuya producción se hayan utilizado células de fetos humanos de abortos provocados” pueden utilizarse. Señalan que “se trata de una autorización temporal” hasta que no haya otras “moralmente aceptables”.
Reconocen, sin embargo, que “en realidad, no se trata de células obtenidas de abortos actuales, sino de células producidas a partir de dos líneas celulares fetales, generadas entre las décadas 70 y 80 del siglo pasado, a partir de abortos provocados (…) Creemos que todas las vacunas pueden usarse con la conciencia tranquila”, porque no suponen “cooperación con el aborto voluntario”.
Células de laboratorio Para fabricar algunas vacunas se usan fibroblastos, que son cultivos de células en laboratorio. Sus orígenes remotos fueron tejidos pulmonares de dos únicos fetos de sendos abortos en 1962, en Suecia, y en 1966, en Reino Unido, ambos legales. Después, algunas células se han reproducido por métodos naturales (división celular, mitosis) en laboratorio hasta hoy. Por tanto, lo usado para fabricar vacunas son nuevas células de laboratorio y no “células de fetos abortados”. Estos cultivos celulares hacen posible las vacunas contra la rubeola, la varicela, el herpes zóster, la rabia y la hepatitis A. También se usan para elaborar fármacos en el tratamiento de la hemofilia, fibrosis quística y artritis reumatoide, entre otras enfermedades.
Las ventajas biológicas que ofrecen los cultivos celulares derivados de células humanas pluripotenciales son imposibles por medios alternativos. Sus beneficios en la salud son extraordinarios, incluida la capacidad de evitar casi la totalidad de los abortos causados por el virus de la rubeola.
Estas vacunas también evitan infecciones respiratorias, conjuntivitis, cistitis hemorrágica y gastroenteritis y las usa el ejército de los Estados Unidos. En Alaska solo el 46% de la población ha recibido vacunación completa contra el Covid-19. Encuentre información acerca de los lugares en donde puede vacunarse visitando https://anchoragecovidvaccine.org/