Nuestros corazones pesan y nuestro luto es profundo. Debemos honrar nuestras pérdidas y nuestros sentimientos sin olvidar que tenemos la responsabilidad de superar nuestros sentimientos de odio y de rendir cuentas hacia nosotros mismos y hacia los demás. ¿Cómo y por dónde comenzamos a buscar el alivio y a trazar un camino que nos permita transformar este mundo desbocado de muertes sin sentido, muertes causadas por crímenes de odio, que se alimentan con el miedo? No hay palabras para consolar a las familias, amigos y amantes de nuestros 49 hermanos que murieron en las primeras horas de un domingo en Orlando, Florida, cuando un tirador solitario masacró en un club gay a personas inocentes. Tampoco hay palabras para consolar y expresar la rabia que nos embarga al escuchar de una matanza similar en una discoteca gay en Xalapa, Veracruz, México, en mayo de 2016. Los tiradores llegaron al sitio, asesinaron a quince personas y se alejaron bajo el manto de la impunidad. Ni los noticieros mexicanos sacaron la masacre a la luz. Este incidente, con toda su oscuridad, deja a los mexicanos aún más aislados, sin esperanza y sin soluciones a la vista.
Para reflexionar en torno a la masacre de Orlando, no basta con pensar en que se trata de un enfermo mental con un arma y una cierta ideología. Hay que entender a qué grado nuestra sociedad está enferma, y hay que darse cuenta de que necesita alivio en todos los niveles. En el mundo el número de muertos en ataques desde mayo de 2016 suma ya centenas; sin contar a los hombres jóvenes negros y latinos asesinados por quienes han jurado servir y proteger. Es abrumador pensar cómo se relacionan estas tragedias y percatarnos que son sólo síntomas de un mundo que debe cambiar: una persona a la vez, institución por institución y país por país. Así que quedémonos un poco quietos y abracémonos en el lamento de tantas hermosas vidas perdidas en manos de la violencia. Examinemos nuestras creencias y acciones y, como dicen con elocuencia nuestros hermanos nativos de Alaska, “hablemos para ser escuchados y oigamos para entender”. Pensemos críticamente en torno a la relación de los credos y las políticas. Recordemos que la raza, los sistemas económicos, políticos, y los de creencias fueron construidos por seres humanos como nosotros y que, por lo tanto, podemos cambiarlos.
De inicio, debemos abogar por leyes de armas regidas por un espíritu similar al que guía otros ámbitos de la vida: tal y como tenemos seguridad en los alimentos que consumimos, en los coches que conducimos, en el agua que bebemos, debemos pedir que se nos garantice seguridad en las calles que caminamos y en los lugares que vivimos y amamos. También exijamos que nuestro Congreso —senadores y representantes— dejen de trabajar en complicidad con los grandes intereses que crean una industria del temor y que se benefician de ella sin darse cuenta de que arrasan con vidas inocentes. Exijamos que los políticos amen nuestro país más de lo que aman sus carreras y que implementen reformas de campaña. Éstos son sólo puntos de partida, pero como en todo cambio, en éste tendremos que comenzar por nosotros mismos.