Han pasado casi 13 años desde que emigre a los Estados Unidos. En el 2006, mi novio, originario de Alaska y yo nos casamos en el sur de México y me mudé con él a Las Vegas el mismo año. Durante nuestro primer año y como si el estar recién casados no fuera suficiente, aprendí también a vivir en una cultura ajena con un extranjero, dejando atrás todo y a todos los que conocía en mi país y aunque no fue fácil, ¡Sobrevivimos!
Después de más de una década decidí que era hora de solicitar la ciudadanía norteamericana. Pero la idea que involucraban esas palabras, no me convencía totalmente ni en mi cabeza ni en mi corazón. Había muchas razones que me regresaban física y mentalmente a mi país natal: familia, amistades, costumbres, comida, entre muchas cosas.
Pero por otro lado también son muchas las bondades que éste generoso país le ha brindado a mi pequeña familia y que agradezco. Cosas como el poder comprar nuestra primera casa, tener acceso a servicios de salud y educación, el ganar un buen salario, intentar ser emprendedora y el cultivar nuevas amistades.
Aunque volverme ciudadana no afectará mis raíces, ni el modo en el que pienso y actúo, enriquecerá quien soy actualmente, ofreciéndome nuevos beneficios y derechos como el poder votar, lo cual me dará una voz en mi comunidad y país al cual tengo mucho que agradecer. Realmente depende de nosotros hacer realidad lo que queremos.
Espero convertirme en una buena ciudadana que tiene mucho que ofrecer en su estado, incluyendo la riqueza de mi cultura latina.