En la década de 1930, Pedro Linares, uno de los artesanos mexicanos más admirados, tuvo una pesadilla. Soñó que unos monstruos de colores brillantes se le aparecían y le gritaban: “¡alebrije, alebrije!” Al día siguiente Linares modeló en papel los monstruos de su pesadilla y los llamó “alebrijes”. Muy pronto, estas criaturas se volvieron carismáticas, empezaron a multiplicarse y cautivaron a mexicanos y extranjeros. Ocho décadas después, los alebrijes siguen dotando de fantasías a los mexicanos. Y su hechizo ha llegado hasta Alaska gracias a la artista Estela del Refugio Porrás Mena, mejor conocida como Macuca Cuca.
Nacida en León, Guanajuato, ciudad industrial del centro de México, Macuca Cuca viene de una familia de charros, los jinetes que practican la charrería, el deporte nacional de México. El vestuario de los charros tiene códigos estrictos y por lo general hace uso de piezas de talabartería. Antes de mudarse a Alaska, Macuca Cuca trabajaba en un negocio familiar en donde se vendían este tipo de piezas. El ver a los artesanos trabajar en estas piezas le despertó la curiosidad por los materiales y la llevó a descubrir el gozo de crear arte con sus manos. En su natal León, Macuca Cuca ingresó a la carrera de diseño gráfico en la Universidad La Salle, y fue ahí donde descubrió el placer de esculpir alebrijes con alambre, cinta y papel. Dice Macuca Cuca que hacer alebrijes le encanta “porque no tienes límites”. Para esculpirlos “puedes mezclar las figuras de animales que quieras, con los colores que quieras, con las poses más absurdas y las texturas que quieras”. Así, los alebrijes expanden los límites de la imaginación más fértil. Una vez que logró dominar la técnica de esculpir este zoológico imaginario, Macuca Cuca impartió en León talleres de alebrijes, y ahora busca iniciar esta tradición en Alaska. “Lo primero que hago es preguntar a los estudiantes qué es un alebrije”, dice. Después les hace ver que las criaturas híbridas han existido en casi todas las culturas y todas las épocas. En América Latina se han creado desde Argentina hasta México. En Europa se les puede ver desde el arte medieval hasta nuestros días. Durante sus clases, Macuca Cuca introduce a los estudiantes al reto de dar forma a su fantasía en esculturas de papel. Macuca Cuca montó su primera exposición de alebrijes en 2011. Dos años después ganó el tercer lugar en un concurso convocado por el Centro de las Artes de Salamanca, Guanajuato, por una pieza de otro género que también es distintivo de su trabajo: las catrinas gigantes. Tradicionales del Día de Muertos mexicano, las catrinas son representaciones en esqueleto de damas de sociedad vestidas a la usanza del siglo XIX. Están inspiradas en una imagen del grabador José Guadalupe Posada, que se entiende como un recordatorio de que todos —ricos y pobres— habremos de morir. Macuca Cuca señala que a ella le gusta trabajar con la muerte como personaje porque la muerte nos hace a todos iguales. Advierte: “El que pongan a las catrinas muy sexis me parece ofensivo porque es volver a la imagen de mujer como objeto. Tampoco me gusta que las muestren tontas o sumisas. Yo a mis catrinas intento darles un poco de vida. Me pregunto: si esta catrina hubiera estado viva, ¿cómo habría sido?” Para Macuca Cuca, esculpir catrinas es una afirmación de los derechos de la mujer: “Cuando vas a un cementerio y ves tumbas de mujeres, no sabes si estas mujeres lucharon, sufrieron, o qué hicieron. Tuvieron vida en algún momento. Como mujeres, podemos estudiar, podemos votar, podemos usar pantalones y llevar el cabello corto porque hubo mujeres que generaciones atrás estuvieron luchando por eso. Y a muchas las mataron”. Así que con sus catrinas un altar tradicional se vuelve también una pieza revolucionaria. En Anchorage, Macuca Cuca realizó una de sus catrinas para el festejo del Día de Muertos de 2016. Este 2017 por primera vez esculpió una versión masculina de estos esqueletos. El catrín, al que cariñosamente llama Don Melquiades, está inspirado en la figura del caballero de principios del siglo XX. |