"La música es comunicación, es contar historias", dice la pianista y doctora Tamara McCoy. Y aquí algunos fragmentos de su historia, que quizá pueden escucharse también en su música.
Tamara nació y creció en Alaska. Sus bisabuelos maternos, originarios de Noruega, fueron americanos de primera generación. Sus abuelos paternos nacieron y crecieron en el norte de México; su padre creció en Los Ángeles, y llegó a Alaska en su juventud como un fraile dominico. Él formaba parte de un grupo de música folclórica en la catedral de la Sagrada Familia, y ahí fue donde conoció a la madre de Tamara. Ella cantaba en el mismo grupo; se enamoraron, y él pidió a la Iglesia que lo liberaran de los votos que le impedían casarse y guardar dinero. Llamados María y José, estaban destinados a ser una pareja. Tamara es la mayor de tres hermanos, todos vinculados con la música. “Juntos formábamos a una banda de música folclórica: Bustamante Bluegrass”. Su padre no sólo lee música, también tiene talento en el canto y toca la guitarra y el bajo de oído. Su madre, actual profesora de música en el distrito escolar de Anchorage, fue directora musical y del coro de la iglesia católica en Fort Richardson. Tamara recuerda: “desde niños, todos comenzamos a tocar algún instrumento; mi vida familiar estaba totalmente embebida en la música”. Su madre recibió un posgrado en voz y educación musical durante la infancia de Tamara, y ella la acompañaba siempre a sus clases en la Universidad de Alaska en Anchorage. Así que los maestros de María resultaron ser los primeros profesores de Tamara. Desde niña supo que a lo que quería dedicar su vida era justo a tocar ese instrumento. Ella decidió convertirse en música a los cinco años. En el día de su cumpleaños su madre le preguntó: “¿quieres estudiar piano?” Desde aquel momento Tamara se consagró a este instrumento. Su meta era convertirse en profesora. Nunca consideró otra opción profesional y jamás soñó con ser una pianista de conciertos. Tamara siempre disfrutó de los recitales y las competencias, como si no se diera cuenta cuando niña que aquello se convertiría en una carrera profesional. Se percató de ello un poco antes de asistir a la universidad, cuando su profesor de piano francés comenzó a presionarla para que ganara en las competencias. Hasta entonces Tamara no soñaba en ganar. Fue este profesor quien convenció a sus padres de que cursara un año adicional de escuela secundaria en lugar de graduarse pronto para participar en una competencia importante. La presionó tanto, que Tamara descubrió el pánico escénico. “Sentía que el mundo me iba a devorar”, mencionó. “Cuando haces algo por amor, pero de pronto se convierte en una forma de vida o en la profesión con que la gente te va a etiquetar, entonces eso que hacías se convierte en ti. Dejas de importar tú como persona, y eso es triste” . Para sobreponerse a eso, Tamara agrega, “tienes que decidirlo”. Finalmente, Tamara superó ese miedo en una competencia en la Universidad de Kentucky. Los intérpretes de diferentes instrumentos competían entre sí. Tuvo dos semanas para prepararse, pero a pesar de ello, logró ensayar mucho. Llegó a la universidad un día antes de que la competencia comenzara y fue entonces que Tamara se dijo: “Voy a presentarme y a mostrarles lo que puedo hacer. No me presentaré con el espíritu de competencia en el corazón. Lo voy a hacer por mí, porque es la última ocasión en la que podré participar en esta competencia”. El concurso terminó y Tamara esperaba entre los competidores, con la expectativa de simplemente manejar a casa. Recuerda haberse sentido molesta por la actitud de un violinista y un violista que se paseaban en la sala con un aire de superioridad. En ese momento fue anunciado para el primer lugar un empate entre un clarinetista que había interpretado un concerto y Tamara. “Estaba tan distraída que cuando dijeron mi nombre, ni siquiera me percaté, hasta que sentí la mirada de todos sobre mí y pregunté en voz alta: ‘¿quéééé?’ Ésa fue la primera vez que supe lo que se sentía ganar sin tener la idea de la victoria en mente”. Divertirse y comprometerse con la música eran clave. La música, dice Tamara, “es comunicación, es decir a la gente: ‘he montado esta pieza y me gustaría mucho compartirla con ustedes’.” Ella ha tenido esta certeza al tocar como solista, pero también como una artista en colaboración. En fechas recientes, Tamara recibió una beca de la Rasmuson Foundation para un proyecto a duo con Valerie Hartzell, artista de guitarra clásica. Al colaborar con otro artista, “la comunicación se da a manos llenas. Y entonces uno logra alcanzar mucho más de lo que uno consigue al tocar a solas”. Esto no quiere decir que Tamara quisiera ser una intérprete acompañante. Ha jugado ese papel con frecuencia, pero “eso es diferente”, asegura. Tamara es profesora de Piano, Voz y Música del Mundo en la Alaska Pacific University y también da clases de voz y piano en su estudio, McCoy Piano & Voice Studio. Es directora musical del Anchorage Unitarian Universalist Fellowship y directora de coro y música tradicional en la iglesia luterana de Anchorage, lo cual entiende también como construir un vínculo con la música como medio de comunicación. “La música implica en un 100 por ciento el arte de contar historias; se trata sólo de alguien contando historias sobre cómo se sienten, o sobre qué es lo que están tratando de decir, o incluso una trama tal cual. Así que me considero una contadora de historias, una cuenta cuentos positiva”. Información sobre las próximas presentaciones de Tamara McCoy: http://mccoypianostudio.yolasite.com |
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