Karla vivía en la ciudad mexicana de Guadalajara. Recién había terminado la universidad y apenas había conseguido su primer empleo. Estaba tan mal pagada que no podía sobrevivir sin el apoyo de sus padres. Al ver su situación, un conocido de la familia le propuso un trato: le pagaría un boleto de avión y su estancia en Alaska, si Karla accedía a trabajar en su restaurante. También le ofreció un salario que ella no supo si era generoso o no, pues no conocía el costo de la vida en Alaska. Pero pensó que, como tenía el hospedaje garantizado, podría ahorrar una buena parte de ese dinero. Parecía un buen trato, así que aceptó.
Días después Karla recibió su boleto de avión y se embarcó rumbo a Anchorage. Llevaba en su bolso el número telefónico de la persona que debía contactar y la dirección de una casa donde la hospedarían. Karla durmió allí dos noches. Era el puente de Memorial Day, así que no le pareció extraño que la casa estuviera desocupada y que la única señal que recibiera de su empleador fuera la llamada de un chofer que le pedía estar preparada porque la llevaría a Homer. Allí estaba el restaurante donde debía trabajar durante el verano. Los siguientes meses fueron complicados: Karla se integró al equipo de trabajo del restaurante y se instaló en la pequeña casa compartida que el empleador proveía para los trabajadores venidos de otras tierras. Era un sitio pequeño en el que podría vivir mientras ahorraba un poco. Pasó el primer mes y Karla no recibió un centavo de lo acordado. Le preguntó a su empleador por su dinero, y la respuesta fue que ella debía cubrir el costo del pasaje y pagar por su hospedaje, así que no había dinero que darle. Al contrario, ella aún le debía mucho, pues el boleto no era barato. Un par de meses después, Karla recibió su primer pago. Mientras tanto, además de cubrir su turno en el restaurante, tuvo que emplearse limpiando casas para cubrir sus gastos. Al final del verano, después de algunas complicaciones más, regresó a su país con algo de dinero en su bolsa. Ésta es la historia de Karla, aunque cambiamos su nombre por razones de seguridad. Ahora ella está a salvo de vuelta en Guadalajara. Tuvo suerte, pues muchas de las historias que comienzan así desembocan en tráfico laboral, definido por el Trafficking Victim Protection Act de 2000 como “el reclutamiento, alojamiento, transporte, provisión u obtención de trabajo o servicios de una persona, por medio del uso de la fuerza, de fraude o de coerción con el propósito de servidumbre involuntaria, peonaje, trabajo por deudas o esclavitud”. La IOM (International Organization for Migration), agencia de la Organización de las Naciones Unidas, explica que los inmigrantes son particularmente vulnerables al tráfico laboral por “las barreras del idioma, el reto de la integración social, y los empleadores, patrones y proveedores de servicios sin escrúpulos que sacan provecho del limitado conocimiento que tienen los inmigrantes sobre las condiciones locales y de su reducido poder de negociación. Muchos inmigrantes son incapaces de acceder a los servicios públicos o al sistema de justicia, o no quieren hacerlo, aunque tengan derecho a ello”. Por lo regular, el tráfico laboral se da cuando alguien “controla el sustento de una persona; es decir, el dinero y el techo bajo el que vive”, porque así se vuelve sencillo para el empleador “ejercer presión sobre estos puntos para controlar sus vidas”, explicó Jeremy Applegate, investigador de horas y salarios del Department of Labor and Workforce Development, durante un foro sobre el tema en Covenant House el pasado 10 de mayo. El investigador añadió que “en general los casos remitidos al Departamento del Trabajo corresponden a gente cuyo idioma principal no es el inglés”. Y agregó que esto sucede porque los inmigrantes “a veces no tienen la habilidad para comunicarse con las autoridades, o provienen de culturas en las que la ley no está necesariamente de su lado, o puede ser comprada por quienes tienen dinero. ¿Qué quiere decir esto? Que puede ser comprada por sus jefes”. El aislamiento social es un factor que propicia este abuso. Justo por ello, las víctimas “fácilmente son convencidas de que la ley es un peligro para ellas”. En el clima político en el que vivimos, muchos inmigrantes se sienten inseguros sobre su estatus migratorio, y aunque no tengan nada qué temer, pueden sentir miedo. Con el tiempo, quien vive en condiciones de explotación comienza a ver el abuso como algo natural, advirtió Applegate: “Cuando has sido explotado desde que eras adolescente, ni siquiera sabes que estás siendo explotado cuando llegas a los treinta. Lo que se necesita es un cambio de mentalidad”. El investigador fue claro: “Lo mejor que podemos hacer es advertir a la gente cuáles son sus derechos, enseñarles qué caminos existen para cuestionar a quienes los explotan, y hacerles saber que están siendo explotados”. El tráfico laboral ha permanecido invisible, aseguró Applegate, porque “generalmente la gente que lo practica es enjuiciada por otros delitos. Hay cualquier cantidad de crímenes asociados con el tráfico laboral, como el lavado de dinero”. Además, es difícil detectar el tráfico laboral, porque “¿dónde está la línea que divide las malas prácticas laborales del fraude, el uso de la fuerza y la coerción que caracterizan el tráfico humano? Yo no sé si tengo una respuesta clara”. Las víctimas de tráfico laboral pueden pensar que su problema no tiene solución. Sin embargo, la abogada Lara Nations, del despacho Nations Law Group, asegura que hay alternativas para los inmigrantes que se encuentran en esa situación. Muchos de ellos, dijo en entrevista, “pueden aplicar a una visa T. Después de cooperar con una investigación, el Departamento de Policía puede certificar que esta persona ayudó con cierto proceso. No tiene que haber un juicio. No necesariamente el explotador debe acabar en la cárcel para que el inmigrante reciba este beneficio”. La visa T es válida por tres años y hacia el final de ese periodo la persona puede solicitar residencia permanente en los Estados Unidos. Cuando la víctima de tráfico laboral es menor de edad, puede solicitar que sus padres entren en el proceso de la visa T. Si es un adulto con familia, también su esposa o sus hijos pueden entrar a la petición. Por las circunstancias de vida de los inmigrantes traficados, no es sencillo que tramiten este tipo de visa sin ayuda profesional. Un abogado de inmigración puede apoyarlos con soluciones migratorias y laborales sin poner en riesgo la seguridad de las víctimas. Nations señaló: “parte de mi trabajo en estos casos es asegurarme que la persona esté en una situación segura; es decir, que ya no esté viviendo en ninguna propiedad del empleador”. La abogada también busca facilitarle la recuperación de sus documentos, en caso de que éstos hayan sido retenidos por el empleador. Y ayuda a las víctimas a “acceder a ciertos servicios que hay en nuestra comunidad para salir de esta situación”. Los procesos de trámite de visa pueden durar meses. Por eso, en ocasiones los abogados pueden tramitar a través del FBI o de otra agencia federal de seguridad un permiso de trabajo conocido como Continued Presence. Nations aseguró que “esto es clave, porque con este documento la persona puede trabajar en cualquier compañía que lo quiera contratar. Con esto la persona puede pagar por sus cosas y rentar un departamento. Y no tendrá que depender más de su empleador”. “Es importante que se le haga justicia a la persona afectada, pero también que cobre lo que se le debe”, señaló la abogada y agregó que ése es un proceso que se tiene que gestionar en el Departamento del Trabajo y esto se lleva de manera independiente al trámite migratorio. La abogada enfatizó: “no se tiene que esperar a que el problema se vuelva grande para denunciar”. A las primeras señales de que algo no está bien se puede llamar a un abogado. Y agregó que “la consulta con un abogado es confidencial”. De modo que lo que una víctima de tráfico laboral revele en este contexto está seguro, y no tiene por qué llegar a oídos de su empleador. |